Una Luna para perder la compostura
Es de noche y el ambiente se carga de secretos que no se esconden, sino que se desvelan. Esta vez contemplo la Luna brillando centrada en mi ventana. Es tan grande que parece que pueda tocarla con las manos. Sonrío y voy creyendo y cayendo en la luz que refleja. Me crezco ante ella y me dejo mecer por su influjo; le abro la puerta y entra en mis sueños, los endulza, y me acuna hasta que me duermo.
Sueño que caigo rendida ante la estela que dibuja su reflejo en el agua. Siento que me desplomo y lucho para no perder el control. En el sueño presiento que está muy cerca de mí…, que me vigila…, que atiende a mis movimientos…, que se esfuerza por encontrar la manera de comunicarme, con grave disimulo, qué hace y adónde va, por si necesito encontrarla en algún momento. Si me desvelo, sé que es porque está dentro de mis sueños, y si vuelvo a cerrar los ojos, me encuentro reflejada en los suyos, flotando en un mar de luces y destellos. Me pregunto si esto que siento es amor verdadero, amor incondicional, sublime y acrisolado, y pienso que, si realmente lo fuera, mis alas de ángel no se habrían paralizado. Respiro profundamente y, antes de que sea demasiado tarde, hago un último intento. Me cuesta…, pero por fin despliego las alas y echo a volar.
Al despertar, las emociones se congelan y la parte racional comienza a operar. Me parece curioso que la Luna me inspire estas emociones, porque la Luna en sí no me habla de nada, soy yo la que le confiere un propósito. Dar intención a las cosas es propio del ser humano, como crearse expectativas y guardar esperanzas ante aquello que se admira a distancia. Estos sentimientos, con los que otorgamos vida a las cosas, nos salen de dentro, aunque no sé con certeza de qué órgano concreto. ¿Será del cerebro del corazón, del de la cabeza, o de ambos a la vez?, ¿o tal vez sea del corazón del cerebro? A la mayoría de nosotros nos da igual de donde salgan, simplemente sabemos que emergen, y lo que realmente nos importa es el placer que sentimos al cubrirnos con ellos. Notar un hormigueo en el estómago saciado o sentir cómo se nos eriza todo el vello del cuerpo en un día caluroso son detalles que nos invitan a realzar lo que se sale de la lógica y a desear que la magia se haga eterna. […]
Fragmento extraído del primer capítulo de “Reflexiones emotivas, emociones reflexivas”, Editorial Stenella
Fotografía Freepik.es