Pensamientos perdurables
Esta foto la hice hace unos cuantos meses. Ahora que ha pasado un tiempo, al mirarla de nuevo puedo recordar perfectamente por qué me hallaba justamente en ese lugar y qué estaba haciendo ahí esa fría mañana de invierno; también recuerdo qué ropa vestía e, incluso, qué había comido unas horas antes…, pero no logro recordar nada más.
Por lo que muestra la fotografía puedo deducir que el día anterior llovió y que por la noche hizo tanto frío que el agua del charco se congeló, aún se aprecian los cristales de hielo fundiéndose y las grietas que formó el agua al congelarse dentro de las rocas.
Sin embargo, por más que lo intente, no recuerdo qué pensamientos recorrían mi mente en aquel instante. La fotografía no registró mis pensamientos, todos los que tuve aquella mañana y todos los que tuve en ese preciso instante.
En la dimensión del tiempo, el pasado quedó atrás, y no puedo recuperar esos pensamientos, a menos que haga un esfuerzo imaginando cuales pudieron ser; pero nunca llegaré a saber si realmente fueron esos. Los humanos hemos aprendido a guardar nuestros pensamientos escribiéndolos, así nos aseguramos su perdurabilidad a través del espacio y del tiempo.
Visto así, escribir nos convierte en seres inmortales. Somos todo lo que somos, hemos sido y seremos, aquí y ahora, por los eones de los eones, mientras el Sol siga impulsando vida en la Tierra, nuestro hogar, el único que conocemos y que está lleno de seres vivos capaces de sobrevivir en el abrasador fuego y en el impávido hielo.
Me pregunto si algún día descubriremos la manera de revivir esos momentos y recuperar todos esos pensamientos, aquellos que navegaron como diminutas burbujas en un océano infinito, surcando olas embravecidas, y que regresaron para inspirarnos la consciencia de la dimensión del espacio y de la sobrecogedora inmensidad del tiempo.