Fragilidad y valentía
Me conmueve la fragilidad que despliega la flor de la campanilla, una planta que crece en los prados alpinos pedregosos. Al mismo tiempo, admiro su valentía, pues me doy cuenta de que bastaría una ráfaga de viento para destruirla; sin embargo, ella ha decidido florecer en los meses cálidos de junio a septiembre.
Cuando termina el verano y finaliza el tiempo de dormir a la intemperie, bajo noches estrelladas que invitan a perderse en sueños, la flor muere. Lo que queda de la planta yace escondido a ras de suelo, protegido por la tierra y la hojarasca, hasta que vuelve la primavera y renace: la misma planta, pero con otra flor que brota de su yema.
La vida es un ciclo, y lo es desde que era ciega y no podíamos distinguir entre el día y la noche. Ahora que somos capaces de aprovechar la luz del Sol y descifrar los secretos del universo, podemos ver que, como la flor de la campanilla, nosotros nos vamos renovando a medida que pasan los años…, vamos cambiando, nos movemos en círculos concéntricos, cada vez más amplios.
En este movimiento circular constante, se hace inevitable navegar por los mismos mares y atracar en los mismos puertos. De vez en cuando, en algún muelle, recuperamos parte de nuestro pasado anclado. Este pasado se nos presenta transmutado en un presente que conserva, en su esencia, la misma pasión, frescura e ilusión.
La fragilidad y la valentía afloran de nuevo y aunque la locura nos invite a perder la noción del tiempo, hoy ya es mañana y el horizonte se percibe con más lucidez y calma.