Ahogándome en un mar de dudas
Como bióloga, soy muy consciente de la importancia de reciclar, reducir y reutilizar muchos de los materiales que usamos en nuestro día a día como papel, cartón, plástico, vidrio y metales, para minimizar el impacto de los residuos en la Tierra.
Siempre estaré a favor de promover la conservación de los recursos naturales y, por lo tanto, de disminuir la cantidad de basura que termina en vertederos. Y para hacerlo, he cambiado y adoptado nuevos hábitos, pese a mi tendencia humana –orquestada por mi cerebro– de repetir acciones de manera automática, en busca de la eficiencia y la comodidad.
Reutilizo y reciclo ropa, separo la basura y la tiro al contenedor correspondiente, compro alimentos a granel –siempre que puedo–, programo la comida de toda la semana en su cantidad justa para no tirar nada. Me comprometo y me comporto, o eso intento, como individuo ejemplar.
Pero siempre me quedo con la duda de saber si ocurre lo que tiene que ocurrir después de que yo realice mi humilde aportación. Me siento como una gota de agua en medio del océano y confieso que, a veces, sueño ahogarme en un mar de plástico. Para tranquilizarme pienso que el vecino hará lo mismo que yo y que toda esta contribución sirve y se tiene en cuenta y, sobre todo, que se cumplen, de manera eficiente y eficaz, las políticas de medioambiente y sostenibilidad que gestionan las administraciones locales y mundiales en toda la cadena de tratamiento de residuos.
Un día, me gustaría despertar sin tener la extraña sensación de que aún hay mucho interés por contrastar y mucha bestia que domesticar para comprender que en la vida «lo esencial es invisible a los ojos», como le decía el zorro al principito.
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